Me gustan las vueltas de tuerca. Me gusta pensar que las cosas no pasan por que sí, sino que con la complicidad de algún factor místico o paranormal, las mismas se dan por algo más que la mera casualidad.
Me gusta llevarlo al extremo y pensar que la multiplicidad de escenas lleva a la última vuelta de tuerca, que según mi fantasía debería ser la mejor. Admito que pensé que ya la había tenido, pero no. Siempre falta más, algo se pudo haber hecho mejor, se olvidó alguna que otra cosa que marcó la diferencia y nunca el resultado es como el soñado. Claramente parte también gracias a la infinita disconformidad que tiene el ser humano frente a todo.
Creo que todas las vueltas de tuerca conllevan algún tipo de aprendizaje. Son como las piezas de un rompecabezas. Sueltas son simples partes, pero juntas dan como resultado el gran enigma.
Cabe destacar que si falta sólo una el misterio no podría resolverse. ¿Hasta qué punto son simples piezas entonces? Lleva tiempo la solución final. Hay piezas que deben reacomodarse constantemente. Es una cuestión de paciencia y en estos casos el peor enemigo es el apuro. Ayer escuché que el apuro es la negación del tiempo y creo que es bastante coherente la afirmación.
En lo que a mí respecta no creo que haya sido casual haber estado en ese pre ocupacional aquel día. Ni tampoco haber estado ebria en el baño de Tincho, ni haber pasado mis tardes en un local de Av. Córdoba. Mucho menos haber estado en Arenas Blancas en Mar del Plata.
Creí que todos esos sucesos de algo habrían servido. En definitiva permitieron que llegara a la que pensé sería mi última vuelta de tuerca. No fue casual haber mandado esa encomienda a Resistencia. Pero no fue la última vuelta evidentemente.
Puede que no exista una última y que me pese más la fantasía que la realidad. Puede que la vida misma sea una consecución de muchas vueltas de tuerca. No me apuro, tengo tiempo.